Cuando lo que palpita no es el corazón
Puedo ver, del mismo modo que cuando intento examinar mi nariz y encuentro una especie de sombra azul, lo puedo ver. Debo esforzarme, forzar mi mirada, hacia el sector izquierdo y hacia abajo, como si la intención fuese observar de reojo. Mejor aún, siento, presiento como lentamente mi párpado se prepara, me prepara, me hace pensar que el movimiento va a ser lento, suave.
Pero esto no acontece.
La sensación previa, o mejor dicho, intermedia, es tranquila, parece como si el interior de alguna vena estuviese repleto de sangre espesa recorriéndolo, a punto de desbordarse, como si transportase más sustancia de la que puede contener.
Nuevamente, me sorprende el movimiento, es brusco y fugaz. Solo dejo pasar unos segundos y ahí está otra vez. Uno, dos, tres, cuat…, no termino de contar y ya siento mi párpado despegarse de mi globo ocular, un pequeño tirón y de vuelta a sumar hasta casi cuatro.
Dentro de unas pocas horas, se va a cumplir todo otro día desde aquel que llegué de la facultad a mi casa, comí, me bañé, me acosté y empecé a leer un texto acerca de la vanguardia Cubana. Allí, de improviso, se instaló. Esa noche, tuve que dejar a un lado mi libro, porque el breve estallido no se detenía y ya había empezado a imaginar que quizás podía transformarse en un derrame o algo incluso peor. Me acordé del ojo explotado de esa señora (como inferirá el lector, domino la terminología científico-medicinal) por la presión, y cómo el color de su córnea derecha no se diferenciaba del opaco y amorfo rojo-sangre que le cubría una gran parte de su órgano de la visión. No, sinceramente no quiero imaginar mi ojo opaco, amorfo y rojo-sangre.
Decidí dormir con la esperanza de que tan solo fuese un poco de cansancio.
Mañana se me pasa.
La aguja del reloj está por marcar que hace exactamente 21 días que mi ojo izquierdo no cesa de latir.
Natalia Q.
Pero esto no acontece.
La sensación previa, o mejor dicho, intermedia, es tranquila, parece como si el interior de alguna vena estuviese repleto de sangre espesa recorriéndolo, a punto de desbordarse, como si transportase más sustancia de la que puede contener.
Nuevamente, me sorprende el movimiento, es brusco y fugaz. Solo dejo pasar unos segundos y ahí está otra vez. Uno, dos, tres, cuat…, no termino de contar y ya siento mi párpado despegarse de mi globo ocular, un pequeño tirón y de vuelta a sumar hasta casi cuatro.
Dentro de unas pocas horas, se va a cumplir todo otro día desde aquel que llegué de la facultad a mi casa, comí, me bañé, me acosté y empecé a leer un texto acerca de la vanguardia Cubana. Allí, de improviso, se instaló. Esa noche, tuve que dejar a un lado mi libro, porque el breve estallido no se detenía y ya había empezado a imaginar que quizás podía transformarse en un derrame o algo incluso peor. Me acordé del ojo explotado de esa señora (como inferirá el lector, domino la terminología científico-medicinal) por la presión, y cómo el color de su córnea derecha no se diferenciaba del opaco y amorfo rojo-sangre que le cubría una gran parte de su órgano de la visión. No, sinceramente no quiero imaginar mi ojo opaco, amorfo y rojo-sangre.
Decidí dormir con la esperanza de que tan solo fuese un poco de cansancio.
Mañana se me pasa.
La aguja del reloj está por marcar que hace exactamente 21 días que mi ojo izquierdo no cesa de latir.
Natalia Q.