martes, 15 de enero de 2008

De vecinos y edades

El leñador aprieta su mano y en el mismo acto le da un bife a su corazón. Es que el gran perro que tiene el hombre había volteado a la abuela de la chica la semana pasada; a la abuela recién operada y de lengua serpentina. Por esto él se les acercó y así disculparse. Ella se puso nerviosa: la seguridad de él, la cretinez de la abuela. Cada uno sabía lo que hacía aunque ella no se hubiera imaginado el primer contacto en ese contexto.
Hace un tiempo lo había descubierto. Vive a una casa de su abuela en una casa que es sólo un portón en una pared de ladrillos. Él sale siempre con cosas: debe trabajar en construcción. Con sus cuarenta bien llevados, carga un montón de hijos en una break destartalada de modelo irreconocible. Sabe que la mira mas quiere guardar el recato. Además no tiene idea de cómo hacer. Alguna vez se saludan o sonríen, que es lo mismo pero más.
Ahora él le apretó la mano y se fue. Ella quedó roja y sin respiración mientras su abuela sonreía por haberle puesto los puntos al tipo ese. Cada cual atiende su juego.