jueves, 21 de junio de 2007

¿y si los que nunca se equivocan de nuevo tienen razón?

¿Quién le preguntó a mi pasado si quiere volver y volver?

Elijo creer en lo que me dicen, no puedo habitar un mundo en el que no confío. Me descubro pensando que el amor ya no es sorpresa sino morada y que el refugio de un abrazo sincero puede llegar a ser mi única necesidad.
No entiendo para qué saber cómo nombran los nombres si lo que yo quiero es hablar de lo que hacen y sienten las personas.
Una vez había escrito que conocerlo había sido bajarlo, hacerlo caminar las calles o manejar un auto y comer galletitas. Descubrirlo como todos y que el pecho se me abra después de no besarme más una noche en mucho tiempo.
Pero después pienso de nuevo y me acuerdo que ya no creo más en las coincidencias, que intentar descubrir el código oculto de la realidad ya no es una interpretación plausible, que ya me desnudé varias veces y no me quiero repetir.
De hecho los que tienen suerte son ellos para quienes la tristeza se hace poesía, canción y dinero. Aunque pueda pensar que el no esta vez no va a doler, que todavía no hay nada...en fin, tengo memoria todavía


domingo, 10 de junio de 2007

Recurrente: los agujeros

Pensaba en los agujeros, la diferencia entre ser frágil y vulnerable. Me pregunté hasta dónde se podía escavar y que siguiera quedando algo. Me acordé de una historia.

Hace tiempo que ella siente los agujeros, creemos que nacieron con ella o, al menos, estamos seguros de que los tiene desde que recordamos. No es conciente de ellos las más de las veces, pero hay semanas en que le duelen.
Se imagina que puede recorrerlos con sus dedos de pianistas: las superficies de las cavidades tienen zonas de relieves, como callos, pero también pequeñas partes donde las terminaciones nerviosas están expuestas.
Allí describir las sensaciones se complica. En este ejercicio de la imaginación ella puede, sin embargo, sentir con plenitud el dolor que el roce le ocasionaría: se le presenta como un recuerdo haber tocado con el borde de la uña el cuello de un diente donde la encía se le había retraído y la comparación es perfecta. Se alegra, se alivia. Poder darle palabras al dolor la tranquiliza.
Son instantes. No puede dejar de pensar en los agujeros. Ya van cuatro semanas que le pasa lo mismo: agujeros, encía retraída; agujeros, encía retraída; agujeros, encía retraída. Esto ya no es ni reflexión ni interpretación. Es una secuencia que no tiene sentido. Como un sedante que va al síntoma y lo duerme, que se repite y el sedante otra vez. Sabe que está al borde de algo a lo que, en este caso, elije transitar sin ponerle nombre y si pasa, pasa.