sábado, 3 de noviembre de 2007




Estaba llegando tarde una vez más. Perseguí una calle desolada para poder desplegar la masculinidad que me apodera cuando camino extremadamente rápido sin que nadie pudiera verme. Una vez que alcancé la Av. San Martín disminuí la velocidad al darme cuenta que el tren todavía no había llegado a la estación. Crucé la avenida lentamente mientras me acomodaba la ropa que se había desordenado por haber caminado cuasi corriendo y me había adjetivado por un momento de desfachatada.
Cuando lo vi.
Un cuerpo escuálido, no así débil. El pelo largo y desprolijo caía sobre la cara, lo que le otorgaba un estilo grunge y lo hacía contemporáneo mío.
En su ropa desaliñada lo reconocí amante de la música. De buena música. Es decir…vestía una remera con el nombre de la banda del cantante de Nick Cave. Mil puntos.

Este cuerpo me gusta -pensé.

Subí al tren e increíblemente había asientos desocupados.
-Voy a poder leer- le dijo uno de mis yo a otro.
Tomé asiento en el lado que no es el de la ventanilla.
-Permiso- escuché decir.
Levanté la mirada y ahí estaba el cuerpo de hace un rato. Lo dejé pasar y volví a tomar asiento.
-Gracias- dijo.
-De nada- dije.
-¿Qué?- me interrogó.
-De nada- repetí.
-Disculpá, no entiendo lo que decís-. Insistió.
- No…que…de nada. Vos me dijiste gracias y yo dije de nada-. Enuncié, rompiendo con la intriga.
-Ah. Está bien- dijo.

Saqué mi libro y empecé a ojearlo. El cuerpo sacó un libro. De reojo lo vi. Tenía que saber qué estaba leyendo. Me esforcé por ver el autor o en su defecto el título sin que se diera cuenta y, por supuesto, sin un buen resultado. Me vio hurgando con la mirada entre sus cosas. Giré mi cabeza hacia el lado contrario, el del pasillo y empecé a divagar sobre la cuestión: un medio de transporte público y una persona tiene, por ejemplo, el diario La Razón. Otro pasajero, aburrido, intenta disimuladamente leer algo en ese diario que no le pertenece, algo que probablemente no le interesa, pero el lector dueño parece notarlo e incomodarse. Comienza a contorsionar el diario de forma de sólo poder leer él y el lector intruso actúa aparentando que no estaba tratando de leer nada.
¿Pero qué conclusión intento encontrar por pensar tal estupidez? -me interrumpí.

En fin, él leía a Camus. Mil puntos más. El tren iba más rápido que de costumbre, quizá la poca presencia de pasajeros lo hacía más liviano y le otorgaba, por tanto, la posibilidad de aumentar la velocidad. Como los dos estábamos sosteniendo libros abiertos, nuestros codos se alejaban del resto de nuestros propios cuerpos y se rozaban entre sí. Pronto, nuestros brazos completos estaban uno pegado al del otro. Su brazo paralelo al mío y sobre el mío. Mi brazo paralelo al de él y sobre el de él. Como hacía calor ambos estábamos en remera. Era nuestra piel.
-Para mí, esta secuencia es medio sexual- pensé-. ¿Estaré imaginando cosas? ¡Es el brazo, el brazo! Estoy delirando pero…para mí acá hay algo sexual. Freud ya dijo que las zonas erógenas puede ser cualquier parte del cuerpo, pero un brazo sobre otro brazo ¡Es un brazo! Es el brazo de un cuerpo al que vi por primera vez en mi vida hace una estación de tren atrás, con el que intercambié sólo 29 palabras intranscendentes. Soy una ridícula, esto me debe estar pasando sólo a mí, él debe estar pensando en los bubones. Igual, él es quien está buscando mi brazo. Yo se lo permito. No sé. Cuestión de piel. ¿no? Debe ser esto. Mmnn, creo que es el amore de mi vida. Le gusta la música, la literatura, es flaco. Su brazo me enciende.

El tren llegó a Constitución. Bajé y él lo hizo detrás mío. Intercambiamos miradas mientras salíamos del ámbito de la estación. Por un momento, me pareció que se dirigía hacia mí. Que por fin me iba a hablar. Cuando, de repente, escucho gritos de mujer. Miro hacia delante y descubro la siguiente situación: un personaje siniestro y muy obeso. Obeso y fuerte. Empieza a pegarle a otro personaje de mucha menor contextura, lo cual, de todos modos, no lo hacía flaco. Una mujer obesa trataba de separarlos. El obeso y fuerte número 1 le pegaba violentamente en el rostro al de menor contextura que por su vestimenta se deducía que era uno de los vendedores de panchos que trabajan dentro de la estación. Este último recibía fuertes golpes y si bien trataba de defenderse y devolver alguna piña intentaba mucho más escapar. Todo esto transcurría entre los gritos de la gorda que balbuceaba y pedía al obeso número 1 que soltara al no tan obeso número 2. Se escuchaban ruidos como si se pegase a una pared o a algo duro, golpes secos de un puño cerrado deformando la cara de un contrincante. Comencé a sentir un malestar. Luego, el más flaco logró soltarse y entró por uno de los extremos del puesto de hamburguesas y tratando de escapar intentó salir por el otro pero trastabilló y cayó al suelo. El gordo le lanzó un balde que contenía un líquido que por un momento sentí pánico de que fuera aceite o agua hirviendo pero era el agua de los panchos, lo cual era definitivamente mucho peor. En ese momento, el caído comenzó a levantarse del suelo y pude ver su cara desfigurada y bañada en sangre. Sangre roja que le cubría toda la cara y goteaba hasta el cuello. Principalmente estaba concentrada en la nariz.
¡Ahh!- pensé.
Sentí una contracción en mi estómago y no lo pude controlar. Empecé a vomitar. No podía detenerlo. La gorda lo ayudó a levantarse y le cuestionaba para qué se había metido.
Le decía:-¿Para qué te metiste?
-La compulsión por hablar- logré pensar. La necesidad de decir algo aunque sea una estupidez, algo que no ayuda. ¿Para qué sirve lo que le dice?
Entre las palabras de ella a mí me dolía la garganta y no podía parar de vomitar. Me salía por la boca y por la nariz y algo así como lágrimas derramaban mis ojos, sin embargo, yo no estaba llorando. Mientras estaba detenida en la estación, un tanto contorsionada para no ensuciarme, mientras sustancias seguían siendo expulsadas de mi cuerpo levanté la mirada y sus ojos, los del cuerpo del tren, de quien en esos momentos me había olvidado, se posaron en los míos. Chau amore de mi vida. Esto es irremontable.
Eché una última mirada al malherido y al agresor. También a la gorda y al público excitado que hacía rato se había amontonado para disfrutar del espectáculo mientras saboreaban sus choripanes y su vino.
Me erguí, pasé mi mano por la boca en gesto de limpiarme elementalmente.
Con que dictadura del proletariado ¿no?-pensé.




Natalia Q.
(contra una interpretación en línea recta)

10 comentarios:

Anónimo dijo...

vamos contra esa interpretación!
sí, te lo estabas imaginando; sí, eso era sexo.
no estoy tan segura de que el vomito sea definitivo.
el chico ideal era de bernal?

Anónimo dijo...

Muy bueno, definitivamente tridimensional. Me incomodan todos los momentos en que me identifico con la protagonista en cosas que no me gustan, cosa que sigue hablando bien del texto.
Excelente.

alejandro cronopio dijo...
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Anónimo dijo...

si la remera es de birthday party , tal vez sea yo ?
SALUDOS!

Lulu dijo...

Roberta:
te amo.
Tu relato me llenó de entusiasmo, de ganas de girar la ruedita del maus para seguir leyéndote y para reirme con vos.
te amo.

Lulu dijo...

Digo,
Natalia: te amo.
Rogelia: igual te amo también.
Hoy amo a todos.

Proyecto Sur Vicente López dijo...

Terrible.
Era un brazo! Se dan a menudo esas situaciones...
Qué escena la del obeso golpeador. La gente está loca.

Me gustó el relato.

Tomás L.

Anónimo dijo...

ehm... gracias por lo de rogelia, pero...
...ehmmm... bueno... si nos amas a todos de veras, en el fondo, no hay problema...

Anónimo dijo...

irremontable,si. pero el viaje.. puro sexo! jej! es asi.
slds

Anónimo dijo...

Esta bueno el cambio de color, pero me gustaba mas la banda de texto cortita...